Por Diego López Colín
Columna
El P. Omar Sotelo es el director del Centro Católico Multimedial (CCM), organismo que lleva registro de los sacerdotes asesinados en las últimas décadas en México. Entrevistado por ACI Prensa el 21 de octubre, dijo que los presbíteros en el país frecuentemente enfrentan un “hostigamiento atroz, feroz”, lo que impide que puedan desarrollar “una acción real, concreta, libre, de su pastoral”.
El P. Sotelo explicó que “cuando se asesina a un sacerdote, no sólo se elimina a un hombre, o sea, no sólo se mata a una persona, sino que con ello eliminas a toda una institución, a una institución que en el ejercicio de su labor pastoral generan una estabilidad social”.
Para el presbítero mexicano, este desmantelamiento social facilita que el crimen organizado logre “enquistar en esa área [afectada] la semilla de la corrupción, la cultura de la muerte, del silencio”. Esto, a su vez, fomenta “la narcoviolencia, la narcocultura, la narcoeconomía, como hemos visto en diferentes estados como Chiapas, Guerrero, Tamaulipas, Veracruz, Ciudad de México, Estado de México”, entre otros.
Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, que comenzó en diciembre de 2018 y terminó en octubre de este año, se registraron 10 asesinatos de sacerdotes atribuibles a diversas causas, aunque, según el P. Sotelo, “un porcentaje alto” se debió al “ejercicio de su labor pastoral”.
Uno de los crímenes de presbíteros que alcanzó más notoriedad durante el sexenio de López Obrador fue el de los jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, asesinados dentro de una iglesia en el estado mexicano de Chihuahua, en junio de 2022.
Aunque quizás el acto de violencia más notorio contra la Iglesia Católica en las últimas décadas fue el asesinato del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, Arzobispo de Guadalajara, el 24 de mayo de 1993. Al cumplirse 30 años del crimen, en mayo de 2023, la Conferencia del Episcopado Mexicano aseguró que su muerte ha dejado “una herida abierta en nuestros corazones y en la historia de nuestro país”.
El P. Marcelo Pérez, asesinado el 20 de octubre de este año, se convierte en el primer sacerdote asesinado durante el sexenio de la presidenta Claudia Sheinbaum, que asumió funciones el 1 de octubre, y pertenece al Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), el partido fundado por López Obrador.
El director del CCM reportó además que 10 sacerdotes “fueron agredidos, algunos golpeados, ‘levantados’ [secuestrados], torturados” en los seis años que gobernó López Obrador. Un caso emblemático, indicó el P. Sotelo, fue el del P. Roly Candelario Piña, de la Orden de las Escuelas Pías (escolapios), quien fue secuestrado y luego liberado con heridas de bala, en enero de 2020.
Los obispos también han sufrido el acoso del crimen organizado
El P. Sotelo también recordó que varios obispos mexicanos han sido “acosados, perseguidos, violentados de alguna otra forma”. Fue el caso del Cardenal Francisco Robles, Arzobispo de Guadalajara en Jalisco, quien fue detenido en un retén establecido por narcotraficantes; o el Arzobispo de Durango, Mons. José Faustino Almendariz, quien en febrero de 2022 informó haber sido retenido por el crimen organizado cuando se desplazaba por su arquidiócesis.
Según la información proporcionada el 20 de octubre por la Fiscalía General del Estado de Chiapas (FGE), “dos personas a bordo de una motocicleta dispararon contra el vehículo” del P. Pérez, quien había celebrado Misa en el barrio Cuxtitali de San Cristóbal de Las Casas, y se dirigía a la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, donde era párroco. El P. Pérez murió en el lugar. En un reporte más reciente la FGE informó del arresto del “probable autor material del homicidio”.
Mandujano reveló que el P. Pérez recibía “muchas amenazas de muerte” desde hace más de 10 años, alertas que llegaban de diferentes fuentes. Incluso, dijo, “llegaban feligreses a decirle que se cuidara, porque había
personas que lo querían matar”.
El periodista describió al P. Pérez como “la voz de los pueblos y comunidades que protestaban contra el aumento del consumo de drogas”, así como contra el “incremento de cantinas en los pueblos y comunidades indígenas”.
También era conocido por ser un “sacerdote que salía a las calles, que profesaba una Iglesia viva y activa”, dijo.
“Sin duda alguna, el P. Marcelo era un párroco incómodo para grupos caciquiles y grupos delincuenciales en Chiapas”, expresó.